Días antes de irme, vi por encimita las fotos de algunos de ellos, supe muy poco de sus vidas y me aprendí sus sobrenombres. Creo que ellos también sabían muy poco de mí.
Este encuentro me recordó a la infancia (en general) cuando, para empezar una amistad con alguien, no necesitabas saber su nombre ni las cosas que le gustaba hacer ni a qué se dedicaban sus papás ni a qué escuela iba. Simplemente le decías cualquier cosa y en un momento ya estabas jugando con él.
Y así me pasó. Llegué tardísimo a la cita, nos presentamos (ya conocía a uno de ellos) y todo fue reir y reir, empezando por una foto grupal y luego otra y luego una escala muy divertida en una tienda que tenía unas piñatas... y así el resto de la tarde.
En un rato de calma nos sentamos a platicar acerca de lo que hacemos cada uno y de nuestros grupos, pero al principio no fue necesario para vernos con confianza e iniciar nuestra amistad. Así, como si fueramos niños.